Blogia
NADAENCONCRETO (verde sobre morado, el moroso ignominio)

El chico cabizbajo entró en el vagón de metro. Aunque era bastante tarde, no se percató de que estaba absolutamente solo hasta que se cerraron las puertas. No solo estaba solo en su vagón sino en los dos contiguos, algo que nunca le había pasado. El chico cabizbajo, que era muy hábil en las asociaciones de ideas, se dio cuenta con una media sonrisa que aquello era una especie de metáfora de su vida: solo en su vagon y solo en el tren... pudiera ser incluso que estuviera solo en toda la red de metro. Cierto, el chico cabizbajo se sentía muy solo.

Dos estaciones más tarde, entró al vagón de metro una pareja sudamericana. Iban muy abrazados y se reían mientras cuchicheaban. Ella evitaba que él la besase muy descaradamente mirando al chico cabizbajo que rápidamente se encerró en un libro bastante grueso. La chica sudamericana, cuando su moreno amante se serenó y desistió de su efusión amatoria, miraba de reojo al chico cabizbajo. Veía en él un algo peculiar, una serenidad extraña, como un halo de sabiduría callada. Le parecía un hombre de mundo. El chico cabizbajo, en realidad, hacía como que leía. Solía llevar libros gordos en la mochila con intención real de leerlos, pero en realidad, le preocupaba más aparentar aunque no fuese realmente consciente de ello. También de reojo, el chico cabizbajo, miraba a su alrededor para encontrarse con la tez morena del chico sudamericano. Le parecía realmente morboso. A menudo fantaseaba con desconocidos. Si el chico sudamericano levantaba la cabeza, el chico cabizbajo en seguida volvía a mirar a su libro gordo, lo que que no quitaba que un par de veces se cruzasen sus miradas, a lo que el chico sudamericano respondía agarrando bien por el hombro a su novia (o lo que fuese) pensando que las miradas iban dirigidas a ella, sintiendo la necesidad de marcar territorio.

En la siguiente parada entraron dos mujeres hablando animosamente, un señor trajedo, un obrero con el mono manchado de pintura, un negro con gafas, una mujer con cara de virgen y dos vigilantes de seguridad. Los vagones contiguos tambien estaban bastante poblados. El chico sudamericano en seguida atrajo las miradas y comentarios de las dos mujeres que hablaban animosamente (ahora más bien cuchicheaban y eso las delataba). El chico sudamericano que era muy bello y lo sabía, soltó el hombro de la chica y dirigía discretas y muy disimuladas sonrisas a su alrededor. La chica sudamericana seguía mirando de reojo al chico cabizbajo que a su vez ahora había pasado a mirar al negro con gafas pensando qué le habría traido a esta ciudad. Siempre pensaba eso cuando veía a gente con la piel algo más oscura de lo habitual sin pensar que esa persona podía haber nacido dos calles más arriba de la suya. El obrero con el mono manchado de pintura mirando al suelo se rascaba la entrepierna. Estaba deseando llegar a su casa para poder dormir antes de que llegase su mujer, que también trabajaba hasta tarde, y así evitarse la discusión de turno. El señor trajeado tras estar un rato mirando a las mujeres que hablaban entre sí intentando averiguar el objeto de su conversación, pasó a mirar al chico cabizbajo y se dio cuenta de que éste miraba, ahora fijamente al chico sudamericano. El señor trajeado también se percató de la bellaza del chico sudamericano.

Antes de la siguiente parada, el tren estuvo detenido unos segundos en mitad del tunel. Todos menos los vigilantes de seguridad miraban a su alrededor intentando saber porqué se había parado el tren para luego volver cada uno a su mundo. La chica con cara de virgen estornudó. Todos la miraron, incluso el obrero con el mono manchado de pintura dijo: Jesús. La chica con cara de virgen, que había permanecido todo el rato sin levantar la vista del suelo, enrojeció y al llegar el tren a la siguiente estación, se bajo con un ligero trote de prisa y cargando con esa terrible infelcidad que arrastraba desde hacía años.

En aquella parada no subió nadie. Una de las dos mujeres que hablaba animosamente soltó una carcajada riendole una gracia a su amiga a pesar de que no el caía nada bien. Pero en estos casos qué se puede hacer, coincidían casi a diario en esa misma estación y no era plan de quedar como una antipática. En negro con gafas pensaba en cambiarse de piso. El obrero con el mono manchado de pintura se rascaba la entrepierna. El chico sudamericano, que ya empezaba a pasar desapercibido, volvió a abrazar a su novia (o lo que fuese) y ésta seguía pendiente del chico cabizbajo que ahora pensaba en formas efectivas en indoloras de suicidio. Los vigilantes de seguridad no hacían nada y contaban, hacia atrás, el tiempo que les quedaba de trabajo aquella noche. Aunque tenían buena relación, nunca se habían visto fuera del trabajo y ambos querían que el otro conociera a su familia, pero al salir del turno, los dos se decían hasta mañana.

El trén llegó a la parada más concurrida de toda la linea y entraron dos chicos ingleses, una señora mayor y triste, un operario bizco, un ciego sin perro, una chica bellísima y un grupo de hinchas, ruidosos, de un equipo de futbol. A su vez se bajó una de las chicas q hablaba animosamente, no sin darle dos besos a su contertulia. Una vez salió del tren borró bruscamente la sonrisa que se hebía esforzado por mantener durante el viaje. El grupo de hinchas ruidosos

0 comentarios